miércoles, 18 de enero de 2017


I

puedo volver
como una ola mansa
pero me urge abrazar en la calle
sin preguntar si es posible
entonces, elijo la distancia
y el agua quieta del lago verde
para creer que puedo dejar atrás
esa forma errada
de acompañar la soledad


II

percibo el oleaje
me inquieta
como en el momento en el que sé
que después del abrazo
viene el amor
respiro
los deseos se expanden
como el agua nieve
mar adentro
cuando todo parece quieto
pierdo el vértigo
y vuelo


III

tomo al azar una piedra
de las miles que sostienen
al glaciar colgante
la quito
y esta vez
no cae sobre mi espalda
tu ausencia
 
     
A Berta y a Orlando.


Nunca los vi en el pueblo,
pero los conozco.
Algo de ellos se cuela
en las muecas de los suyos.
Nunca los vi en el pueblo,
pero los escucho susurrar y reírse
con los labios y los ojos
mojados de cariño. 

Nunca los vi en el pueblo,
pero los sueño.
Caminan, son ráfaga
amor y urgencia.

Nunca los vi en el pueblo,
pero florecen memoria
para estallar al olvido
al final del invierno.

Nunca los vi en el pueblo,
pero no tengo dudas.
Por estos días,
nos reunirá
un abrazo de justicia.
desde los labios de un poema
veo cómo brillan
las carcajadas de las mariposas
la espera
es una espina que arde
en la frescura de la nieve


lunes, 2 de marzo de 2015

"Amoral es no jugarse al laberinto
definir lo intraducible rechazar el instinto". 
Verónica Peñaloza.


Amanece y un aire espeso
camina por su espalda desnuda.
En el hemisferio opuesto de la cama
sobreviven, entre las sábanas,
marcas recientes de otro cuerpo.
La lluvia avanza firme
y drena el deseo de estas pieles
que se miran
y no pueden explicarse
porqué no hacen el amor.
La única ventana de la casa
está sucia de rutina.
En ocasiones, 

eso termina consumiéndolo todo.
El cerro, cada día,
absorbe al sol.
Desde esa ventana,
los veo volverse uno.
Los miro con los ojos
llenos de volcanes.
Resulta que la piedra
es alimento versátil
para los colmillos del tiempo.
También lo es
el trozo de madera lustrada
que guardamos
para fabricar la hamaca
en la que deseábamos mecernos
hasta llegar al final del río.
Con semblante de sospecha
y el paso tormentoso,

construí un imperio.
Levé el puente, 

puse candado.
Sola, lloré hasta secarme. 

En sueños, recordé que alguna vez tuve
un ramo de colores en la mano.
Entonces, me brotó la luz.
Ensayé una pose, una estrategia , 

un gesto de cordialidad.
Estiré las piernas 

y eché a andar.
A la distancia pude ver
cómo, durante esos últimos meses,
se me había amontonado la vida.